Gimnasia está quebrado, sin idea de futuro. El plantel es un rejunte de jugadores del fin del mundo; los dirigentes, un grupo de náufragos mirando cómo se aleja la costa. Estas semanas serán de vital importancia: el Lobo debe soltar la ruleta rusa.
La reconstrucción llevará años. Acá no se trata de inversiones privadas o club de socios. Acá se trata de amar a Gimnasia como se ama lo que duele. De sumar idoneidad, no amigos o parientes. De poner el cuerpo y la cabeza, no la firma ni el ego.
En la política tripera cada cual siempre atendió su juego y todos quisieron tener razón. Del legado Griguol nadie tomó nota. Años y años peleando descensos: casi nadie renunció, casi todos se aferran al cargo. Tipos y tipas saltan de un espacio a otro y asoman en listas random cada tres años.
La ñata contra el vidrio: el Lobo mira crecer a otros clubes atrapado en un loop viejo. Las recetas no son mágicas, están ahí, escritas hace décadas: invertir en juveniles, levantar paredes y profesionalizar áreas. Club social de puertas abiertas. Gestión. Acción en los barrios. Campañas de socios. Trabajo e identidad. Gimnasia necesita proyección y planificación, debe dejar de ser lo que surge en el momento.
Asamblea y elecciones. Ahí está el nuevo punto de partida. Que se entienda: la reconstrucción llevará años. Tal vez, décadas. Nadie podrá colgarse medallas. El éxito será colectivo o no será. Unifiquen fuerzas. Los mejores al frente, el resto acompaña.
Urge el crecimiento legítimo de un compuesto que no se reduzca a la grupalidad dirigente. Quien tome el timón deberá abrir el juego, escuchar y solucionar las necesidades de todos los que conforman este inmenso club. Por una vez en la vida, pongan a Gimnasia por encima de los nombres. Porque ya no queda margen. Porque o lo aman, o lo entierran.
Agustín Colianni