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24-03-2022

EL JARDÍN DE TILI

Imperdible cuento homenaje a la tripera Matilde Itzigsohn, única mujer detenida-desaparecida del Astillero Río Santiago en la última dictadura militar.

Recuerdo que entró de lleno, con ese bombo de seis meses que le molestaba para caminar. La frente le transpiraba, y el ruido y el olor a metal estaban en todos lados. Iba decidida a exigir lo que correspondía, no por ella, sino más bien por los demás. Tarde o temprano iba a parir, y la burocracia pesa más que mil vidas. Lo que realmente le importaba era que las familias del lugar tuvieran dónde dejar a sus hijos mientras salían a ganarse el pan. La insultaban mucho por la espalda, mucha gente no la quería por este tipo de cosas. Otros, en cambio, peleábamos codo a codo por lo que sea que Tili reclamase. Nunca encontré el motivo particular por el que me le uní, simplemente sus ideas parecían estar siempre un paso adelante. Eso era porque ella sí que sabía pelear, sí que sabía luchar por lo que creía.

Ni los folletos tirados por Astilleros ni las pintadas en su casa por ser judía la desanimaron tanto como para exiliarse cuando podría haberlo hecho. Era consciente de que en el momento en que quisiera, tendría la oportunidad de volver a Israel, de quedarse allí, de alejarse del peligro junto con sus otros hermanos. Todos le decíamos que aproveche, que no lo dude, que se vaya. Ya había estado tan solo una vez, muy de adolescente. Fue a conocer sus raíces, a entender sus orígenes; volvió más comprometida que nunca con quedarse. Hoy sigue acá con nosotros, desplegando toda esa energía que no sé bien dónde guarda. Sentada desde este banco la puedo ver, de hecho estoy esperando que llegue. Lejanos parecen esos días donde se presentaba por esos lares, con su radiante pelo rubio y su título universitario. Su voz está tan firme como sus convicciones, y eso que había que tenerlas allá por los setenta, ahí sí que había que estar seguro de lo que se pensaba.

Me acuerdo de que me hablaba mucho de la militancia, de cómo había conocido a Gustavito, ¡las cosas que hizo por Gustavito, che! Una vez le comenté, asombrada, si ella todavía estaba en Montoneros, si no tenía miedo por el trabajo. Me dijo que sí, que obviamente que estaba, pero que la cosa se iba a poner fea dentro de poco, que en un futuro cercano íbamos a tener que dejar de vernos. Enseguida me asusté, mi pecho se agitó unos segundos, hasta que vi en sus ojos que esa no era más que la simple verdad. Tili era una de las que conocían realmente todo, muy pocas veces se equivocaba de pronóstico. Tragué saliva, y desde ese instante, no hice otra cosa que desear que cada charla entre nosotras fuese interminable.

Por suerte tenía la chance de verla en muchas reuniones, de observar ese carácter indestructible. Se paraba regia, miraba a los ojos a cualquiera, nunca andaba con el semblante en el piso. Siempre le cuento a mi hija que esa mujer llegó a ser Delegada en un mundo en donde ese lugar nunca estuvo reservado para nosotras. A cada rato la pongo como ejemplo, ¡pobre mi chiquita, debe estar cansada de que la mencione! Igual yo sé que la quiere, que la usa como inspiración.

De tanto en tanto, me encuentro a mí misma sonriendo con alguna de sus anécdotas, envalentonándome con alguna de sus palabras. Cuando salgo a caminar, inconscientemente vago por la zona en la que solía vivir, como si su voz me guiase hasta allí. Es ahí, por diagonal 113, cerquita de la cancha del Lobo. Ella es tripera, así sin más, y creo que eso explicaría mucho. Esa especie de enfermedad se la había contagiado su papá, Miguel. Él era socio vitalicio, iba muchísimo a la cancha, lo vivía con mucha pasión. También era alguien muy conocido, se llevaba con mucha gente de renombre.

Recuerdo que mi madre (que Dios la tenga en la gloria) me contaba que Tili se llamaba Matilde en honor a la mujer de Sábato, uno de sus amigos. Por mucho tiempo no le creí, me parecía demasiado. Después, con el pasar de los años, me percaté de que era una persona realmente importante, al menos para la ciudad. No me acuerdo de si llegué a preguntarle si era verdad, supongo que sí. Seguramente fue en alguno de esos encuentros previos a la clandestinidad. Buscábamos tener algo para reírnos un rato, solo queríamos distraernos un poco. ¡Qué difícil que era todo antes! ¡Qué tristeza! ¡Qué horror! Haber sobrevivido a toda esa barbarie me hace valorar más aquellas conversaciones. En el fondo, me hace creer que un día va a llegar, que va a volver y que nos vamos a volver a reír juntas. Me gustaría comenzar con un chiste, aunque no se me ocurre muy bien cuál. Podría ser cualquier cosa relacionada a Gimnasia, ya que estamos en el tema. O tal vez con lo del asteroide que lleva su apellido. Creo que le causaría gracia, que le haría bien recordar un poco a ese gran padre astrónomo y ajedrecista, que desde arriba la sigue cuidando. Él ya no está, pero desde donde sea que esté, continúa tras sus pasos. Y qué pasos che, imposible olvidarlos. Tan difícil es, que todavía me cuesta creer cómo ese telegrama de despido los silenció. Era esperado, ya no estaba viniendo a trabajar, su ausencia se notaba. Tenía muchos motivos para sospechar que algo terrible podía ocurrirle a su familia. Era una madre como cualquier otra, tan solo quería salvar a sus hijas, compartir lo máximo que fuera posible. Me imagino a María, la abuela de las nenas, lo que debe de haber sufrido. Llegó un momento en que solo tenía noticias si la hermana se la cruzaba en el cine. En ese entonces, esa era una de las pocas formas de saber de un ser querido. De esta manera creo que nos enteramos que estaba trabajando de secretaria en lo de un odontólogo. Qué lo parió che, con su cabeza, con la cantidad de cosas que había logrado. Pero todo lo hacía por sus nenas, y por encontrar a Gustavo. Los ojitos se le iluminaban si le preguntabas por él. Se casó muy temprano, como a los veintitrés, un poquito antes de entrar con eso de las computadoras en el Astillero. En esa época era normal casarse de tan joven, y creo que todo se intensificaba más si encima compartían los mismos ideales. Se ve que ese compromiso que se calzó en el dedo, también se lo calzó en el alma.

Quiero creer que se volvieron a ver, que aunque sea se volvieron a cruzar. En el setenta y seis, cuando lo desaparecieron, ella estaba convencida de que le tomaría la mano de nuevo. Yo en su lugar no sé qué hubiera hecho. ¡Qué valentía por Dios! Siendo mamá de dos criaturas, no paró un segundo siquiera. Lo buscó, lo buscó todo lo que pudo. Iba de acá para allá, a escondidas, con los rifles soplándole la nuca. Parecía no importarle para nada, no se detenía ni por casualidad. Se fue en busca de su marido, de su amor, del padre de sus hijas. También estaba detrás de otra compañera de militancia, con la que había compartido esos días de clandestinidad. Eran en total dos parejas y una bebé. Recuerdo que escribió en su libreta cómo lloraba la bebé, cómo la pequeña vislumbraba ese futuro negro. Repito, era increíble cómo presentía todo. Igual de increíble era cómo escribía, qué pluma, che. Afortunadamente todavía quedan sus palabras, todavía su voz se sigue escuchando.

Cada tanto vuelvo a esos textos, cada vez que siento que la distancia se hace infinita, cada vez que siento que la extraño. La oigo de nuevo y maldigo al destino por hacerla vivir lo que vivió. Sin embargo, nunca pude terminar de leer esa libreta. Tengo miedo de que al llegar al final todo quede trunco, tengo miedo de que algo quede mudo. Es una estupidez mía, muy particular, sé que nunca pudieron callarla. Lo peor es que no se dieron cuenta de que su lápiz iba a seguir escribiendo más allá de su ausencia, más allá de cualquier punto final que le quisieran imponer. Lo que más me molesta es que nunca pudo ver todo lo que consiguió. A los cinco meses de lo de Gustavito la secuestraron. Por suerte ella ya sabía todo y había dejado a las nenas en Almagro, en lo de María. La agarraron esa misma tarde mientras tomaba el subte, una patota se la llevó a la ESMA. ¡Cobardes, pedazos de hijos de puta! ¡Nunca hubieran podido romper con sus ideas, con su coraje! Ni siquiera quiero imaginar lo que le hicieron, pero lo que sea que le hayan hecho estoy más que convencida de que no pudieron doblegarla. Únicamente sé, porque lo sé, que ella va a volver. Que ella va a venir, con unas canas de más, y que se me va a sentar acá al lado mío. Le voy a contar, sin dudarlo un segundo, que ese jardín de infantes que tenemos enfrente lleva su nombre. Que sí, que tardó como treinta y siete años, que esa lucha que empezó con esa panza que le hacía transpirar por fin es una realidad.

 ¡Ahí va mi nieta, podés creer! Sale ahora, en un cachito, tipo cinco y media. La paso a buscar yo porque los papás justo trabajan hasta tarde, se les complica mucho este horario. Además me viene como anillo al dedo, quería contarte un secretito: ¡la hice del Lobo por vos! Mirá que se me va a pasar ese detalle, qué lo tiró. Nos salió triperita, así que en estos días organizamos y vamos  a la cancha todas juntas, ¿qué te parece?

Ávila Ruscitti, Agustín         


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