Había que ganar y ya. Porque era la última carta para aspirar a una ínfima chance de clasificación en esta Copa de la Liga, porque enfrente estaba el único equipo que todavía no había ganado en el certamen, y porque se esperaba, al menos, una actitud agresiva de los jugadores del Lobo. Pero no, nada de eso.
Muy lejos de merodear la victoria, Gimnasia se fue desangrando poco a poco en Tucumán, perdió sin objeciones y volvió a regar el tablero de incertidumbre en cuanto a la continuidad de un proyecto que parece estar agotado.
Y eso que el Lobo no arrancó mal. De hecho, en un partido discreto, se puso en ventaja tras pelota quieta de De Blasis y posterior peinada de Eric Ramírez. Sí, la Perla, otra vez, aportó su cuota de gol. ¿Y qué pasó? Que Gimnasia cedió terreno cuando debió haber hecho todo lo contrario: es decir, acelerar, jugar con la desesperación de un rival hundido que recibía insultos desde los cuatro costados, y liquidar el asunto en un par de maniobras.
Es cierto que el empate del local llegó en un momento inesperado y en una jugada fortuita, porque Bajamich le dio desde lejos y la pelota se metió en el arco de Insfrán tras un desvío en Morales. Pero lo que vino después no encuentra excusas.
En el segundo tiempo el Lobo salió a pasear y se topó con un rival dispuesto a quedarse con todo. Así, con poco y nada, e Decano puso contra las cuerdas al equipo de Madelón. Muy fácil todo. Infante puso el 2-1 y, más tarde, otra vez Bajamich sentenció la historia. Ah, antes de todo eso, Madelón sacó a Ramírez (tenía una molestia) y mandó a la cancha a Enrique, enflaqueciendo notoriamente el frente de ataque tripero.
Ya sobre el final, el recién ingresado Zalazar se mandó una buena individual y puso el descuento. ¿Por qué no fue titular?
El proyecto está desgastado y no hay respuestas en ningún plano: ni dirigencial ni futbolístico. Jugadores desorientados, técnico errático y dirigencia incapaz resultan un combo letal.
Queda un partido y será con Banfield el próximo fin de semana en el Bosque. Por todos lados huele a ciclo cumplido.
Agustín Colianni