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Fútbol

25-11-2021

Cada veinticinco

Hace un año se nos fue Diego y lo recordamos con todo el amor del mundo. Acá, imperdible nota sobre Maradona y el Lobo.

Nunca en mi vida una página en blanco se me hizo infinita. Las manos permanecen indemnes, suspendidas sobre las teclas. Las palabras que tendrían que llenar ese espacio ya no existen, se transformaron en una ilusión. Esa ilusión con la que vos llenaste el pecho de millones en esta tierra. Esa que se nos derrumbó en el alma, cuando te fuiste volando a casa, a donde naciste.

Estoy seguro, o al menos así me contaron, de que ese lugar se parece mucho a un potrero de Villa Fiorito. Siempre estaré enojado con el calendario por haberme privado de ser contemporáneo de tus hazañas, esas que varios años después me siguen emocionando sin haberlas presenciado. Sin embargo pienso que los que sí te vieron la están pasando tan mal como yo. Entonces me tranquilizo y asimilo que fui parte de las mil y un vidas que tuviste, que eso que me perdí se recuerda con tanta pero tanta euforia, que hasta parece que no me perdí de nada. Porque a mí que no me mientan, vos viviste lo que nosotros no podremos nunca. Y en esos infinitos retazos de tu existencia unidos a lo indescriptible de tu figura, está mi club.

Mis colores fueron los últimos que te calzaste en el pecho, autodenominándote como un tripero más. Creo que nunca voy a caer en la magnitud de lo que fue eso, probablemente lo llegué a naturalizar tanto que fue como vivir anestesiado. Nos elegiste cuando peor estábamos. Nos permitiste ser la puerta que te devolviese a tu pueblo, al que nunca traicionaste y al que tanto pero tanto le diste. Y tu magnanimidad lo hacía todo tan cotidiano, que costó creer que no estuviese escrito y, por ende, que fuese real. Tus lágrimas cayendo por esa cara redondita, ahora son las de nosotros. El coreo de tu  nombre, el estupor de los fuegos artificiales agitándose ante tu presencia, ahora resuenan de la misma manera, sacudiendo cada rincón de este mundo tan hijo de puta. Ese grito que hoy le pegamos a la noche oscura y mentirosa, es el mismo que resonó en el tórax de cada cancha que pisaste en tu regreso. Lograste que todos no usaran otra camiseta más que la piel que significaste. Hiciste bien las matemáticas, simplificaste en tu nombre al fútbol y a la argentinidad, dejando como resultado una igualdad que trascendía lo verificable.

A
hora mismo siento que no hay nada, que todo desapareció, que se nubló y que no va a cambiar más el clima. La pelota se eclipsó para la eternidad, pero sabemos que fuiste más que un hombre que la amaba excelentemente. Por eso estamos acá, despidiéndote. Hoy el pueblo entero está de luto, rendido otra vez ante una zurda mágica que nos permitió… ¿soñar despiertos? ¿Vivir un sueño? ¿Tocar el cielo con las manos? Más que eso probablemente.

Despertaste felicidad en aquellos que se acostaban a dormir con la panza vacía, pensando en qué llevarle a la mesa a su familia el día siguiente. Abriste el camino de la voz a aquellos que siempre se rasparon las manos, haciendo que en su lugar se raspen la garganta. Fuiste de los que hundía en el fondo del barro su tobillo, y si hacía falta, caminabas así de roto buscando la gloria. En definitiva, sos un pedazo de historia porque hiciste historia, porque llenaste de historia a un país que estaba desolado, porque dejaste historia en cada frase, en cada anécdota, en cada sonrisa empalagada. Sonrisa que encontramos en todas las fotos, siempre nuevas, siempre inéditas, nunca viejas. Sonrisa que hoy nos hace llorar y nos hace preguntarnos muchas cosas de tu existencia… entre otras, hasta cuando haremos esa cuenta regresiva hacia la nada todos los meses. Nunca nos imaginamos nada sin vos, nunca quisimos tener que siquiera pensar en esa posibilidad abrumadora. Te vimos inmortalizado en paredes bajo escombros, en idiomas impronunciables, en pieles infinitas. Sos pósters, sos tatuajes, sos millones de gritos, sos guerras ganadas. Te creímos inmortal, te supimos eterno. Nos forzaste inevitablemente a caer en esa lógica inasible de tu trayectoria. Hiciste que no quede nada por escribir, quedando mucho por decir.

Y hoy no sabemos dónde meternos. Siempre te vamos a extrañar. ¿Cómo evitarlo? Si seguramente, vos estás haciendo lo mismo cada veinticinco. 

Agustín 
Ávila Ruscitti


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